El coronavirus ha impuesto la cuarentena a muchas personas.
Cuarentena, que viene de cuarenta, evoca de algún modo el infinito que ese número representa. Cuarenta días y cuarenta noches llovió sobre el mundo cuando Yahvé desencadenó su ira y decidió destruir el mundo salvando sólo a una pareja de cada especie. Cuarenta años vagó Israel por el desierto.
Ahora nos toca a travesar un desierto. Algunos encerrados en casa. Otros hospitalizados. Todos con el ánimo en suspenso a la espera de que se desarrollen los acontecimientos.
Esta espera puede ser una buena ocasión para ajustar cuentas con la biblioteca. Si Samuel Pepys escribió un páginas prodigiosas sobre la peste que asoló Londres en 1665 o el Gran Incendio de 1666, no se ve por qué uno no pueda escribir sobre las lecturas con que sobrellevar estos días de forzado retiro.
Yo no estoy recluido, pero personas a las que aprecio lo están y esto, de algún modo, me hace solidario con su suerte. Espero que estas líneas sirvan para tener algo más que compartir en este tiempo.
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