El incremento de casos de infectados, hospitalizados y muertos por coronavirus ha llevado a situaciones terribles en los hospitales madrileños. Muchas de las personas que enferman son mayores de 80 años que no pasarían un triaje por razones de edad. En una especie de selección natural cruel y perversa provocada por la imprevisión y la irresponsabilidad de algunos políticos, se da prioridad a los jóvenes cuando hay escasez de recursos.
Hasta aquí nos ha conducido la cultura de la muerte y el descarte que, desde el aborto hasta la eutanasia, cree que le corresponde al hombre decidir quién vive y quién muere. Se suele decir que estamos librando una guerra contra el coronavirus, pero esta situación que vivimos no es fruto del azar ni del destino escrito en las estrellas, sino de la imprudencia y el politiquerío.
Debemos recuperar el sentido profundo de lo que somos y asumir que una sociedad que sacrifica o abandona a los mayores seguramente no pueda sobrevivir. Quizás tampoco lo merezca.
Nuestro tiempo ha hecho de la juventud un valor absoluto y, al igual que justifica la cobardía -"el miedo es libre"-, encuentra pretextos para legitimar la ley del más fuerte.
Todo esto está presente en «La abolición del hombre», esta joya de C.S. Lewis que publica Ediciones Encuentro. Se lee en una tarde y deja un poco para la reflexión durante muchos días.
Estamos viviendo una rebelión contra la realidad.
El emotivismo y la sensiblería son los síntomas de la sustitución de lo que las cosas son por lo que a cada uno le parece que son. Al final, se empieza dudando de la belleza de una obra de arte o de un paisaje -bello es lo que a uno le parece bello- y se termina dudando del valor de la vida humana. Siguiendo el ejemplo que pone nuestro autor, cuando uno ya no cree que, en realidad, sea dulce y honroso morir por la patria, como creían los romanos, sino que la belleza y la honra vienen dadas por lo que a uno le parece, es difícil que nada pueda sobrevivir.
A partir de ahí, se abre la puerta a la tiranía del adoctrinamiento que, so pretexto de la libertad, destruye toda referencia objetiva a la realidad. Es el fin de la verdadera libertad y el comienzo de la servidumbre. Al final, si todo es relativo, da igual que exista el riesgo de contagio no porque, como decía un asistente a la manifestación de 8-M, el coronavirus "no existe". Gracias a Matthew Benett, a propósito, por conservar el vídeo.
Este libro, en fin, me ha recordado el problema cultural que subyace a esta crisis sanitaria que vivimos. No comenzó el 8-M con la asistencia irresponsable a las manifestaciones y a otros eventos masivos.
Tampoco empezó cuando llegaron las alertas ya a finales de enero de 2020 y se minusvaloraron o, directamente, se ignoraron.
Empezó, más bien, cuando el ser humano creyó que podía rebelarse contra la realidad, controlar la vida y imponer la muerte, y seguir tranquilo como si tal cosa.
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